Me gusta el ciclismo, soy hombre de paz
Siempre me ha gustado el ciclismo. Pasé mi infancia pegado al transistor oyendo a Ruben Darío Arcila, al "licenciado" Héctor Urrego, a Jairo Chávez, a Rodrigo Vásquez y a Héctor Palau narrar los triunfos de Lucho Herrera y del glorioso equipo Café de Colombia. Maldigo a los futbolistas cuando hablan de vacaciones, de exceso de partidos y de fatiga. Que se quejen los ciclistas que pedalean 200 kilometros diarios estando o no en competencia y recibiendo sueldos que en el mejor de los casos no alcanzan a ser ni la tercera parte del sueldo promedio de un futbolista. En fin, más allá de esos remilgos escribo este post para expresar mi alegría por el regreso de un ídolo como Santiago Botero y para llamar la atención, una vez más, sobre el peligro que significa tener algo que ver con este pueblo maldito. En efecto, una vez más los triunfos de Botero (así como sucede con Montoya y otros deportistas de alto nivel) han llegado cuando pocos en el pais estaban pendientes de su desempeño. Ahora, después de sus triunfos en la Dauphiné Liberé vendrán los bombos, las entrevistas, las transmisiones por Señal Colombia y con todo esto la sal que significa para cualquier deportista recibir el cariño de pueblo colombiano. Así ha sido y será siempre: mientras nadie les pare bolas nuestros deportistas triunfarán pero cuando el país fija sus ojos en ellos y les da su cariño fracasaran. Es apenas natural, es normal, pues se trata de un cariño enfermo, podrido, maldito; como este pueblo.
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