Temores cotidianos (I)
Las cosas más sencillas, más verdaderamente sencillas, que nada puede convertir en semi-sencillas, me las torna complicadas el vivirlas. Dar a alguien los buenos días me intimida a veces. Se me seca la voz, como si hubiese una audacia extraña en decir esas palabras en voz alta. Es una especie de pudor de existir -/¡no tiene otro nombre!/
Fernando Pessoa, Libro del desasosiego de Bernardo Soares
Además de los grandes miedos que acompañan nuestra existencia, existe otra serie de temores más cotidianos menos trascendentales en apariencia que, finalmente, joden más que los otros. Uno de esos miedos que día tras día voy cultivando es el miedo a las impulsadoras y a los vendedores de zapatos y de sanandresito. Para personas como yo, que evitamos en lo posible el contacto con extraños (e incluso con conocidos) y a los que el despedirse y el saludar nos parecen convenciones sociales inútiles y desgastantes, la presencia amenazante de estos sujetos constituye una verdadera tortura cotidiana. Para aquellas personas sociables, entradoras y amenas que hacen de cada encuentro casual un evento placentero marcado por la euforia deshacerse de alguno de estos personajes no debe representar mayor problema e incluso puede llegar a ser algo ameno y hasta placentero (al respecto ver el relato de Leosensual). Pero no, para aquellos que nos sentimos poco menos que violados cuando alguien se atreve a ir más allá del apretón de mano y nos propina un incomodisimo abrazo con palmada en la espalda, deshacernos de una impulsadora es un "impasse" que preferimos evitar. Sin embargo, como no podemos concentrar toda nuestra atención en evitar este tipo de encuentros, tenemos irremediabnlemente que desgastarnos respondiendo "no gracias, solo viendo", "miraba nada más", "no, ninguno en especial, gracias", "ya lo conozco, muy amable", etc. etc.
En conclusión, como siempre, creo que el que está equivocado soy yo. Si la población de impulsadoras, vendedores (as) de zapatos y de sanandresito sigue en aumento es porque el colombiano promedio ve en un abordaje de una impulsadora una oportunidad de lujo para depositar su semilla en ella o porque tiene tantas ínfulas de patrón que disfruta tener a 8 personas a su aparente disposició. También pienso que debe ser tal la falta de afecto del colombiano promedio que un saludo acosador de un vendedor de Spring Step es la única muestra de afecto que reciben en el día. Había olvidado referirme al terror escatológico que produce la formación en diamante de nueve vendedores de spring step. En mi caso, debo reconocer que muchas veces he desistido de comprar unos zapatos, unos pantalones, unos chocolates o un tarro de Kola Granulada JGB que en efecto quería comprar por el mero hecho de deshacerme de la impulsadora o vendedor (a) de turno. Pero eso soy yo, que también considera que el saludo casual no debería trascender el apretón de mano.
Fernando Pessoa, Libro del desasosiego de Bernardo Soares
Además de los grandes miedos que acompañan nuestra existencia, existe otra serie de temores más cotidianos menos trascendentales en apariencia que, finalmente, joden más que los otros. Uno de esos miedos que día tras día voy cultivando es el miedo a las impulsadoras y a los vendedores de zapatos y de sanandresito. Para personas como yo, que evitamos en lo posible el contacto con extraños (e incluso con conocidos) y a los que el despedirse y el saludar nos parecen convenciones sociales inútiles y desgastantes, la presencia amenazante de estos sujetos constituye una verdadera tortura cotidiana. Para aquellas personas sociables, entradoras y amenas que hacen de cada encuentro casual un evento placentero marcado por la euforia deshacerse de alguno de estos personajes no debe representar mayor problema e incluso puede llegar a ser algo ameno y hasta placentero (al respecto ver el relato de Leosensual). Pero no, para aquellos que nos sentimos poco menos que violados cuando alguien se atreve a ir más allá del apretón de mano y nos propina un incomodisimo abrazo con palmada en la espalda, deshacernos de una impulsadora es un "impasse" que preferimos evitar. Sin embargo, como no podemos concentrar toda nuestra atención en evitar este tipo de encuentros, tenemos irremediabnlemente que desgastarnos respondiendo "no gracias, solo viendo", "miraba nada más", "no, ninguno en especial, gracias", "ya lo conozco, muy amable", etc. etc.
En conclusión, como siempre, creo que el que está equivocado soy yo. Si la población de impulsadoras, vendedores (as) de zapatos y de sanandresito sigue en aumento es porque el colombiano promedio ve en un abordaje de una impulsadora una oportunidad de lujo para depositar su semilla en ella o porque tiene tantas ínfulas de patrón que disfruta tener a 8 personas a su aparente disposició. También pienso que debe ser tal la falta de afecto del colombiano promedio que un saludo acosador de un vendedor de Spring Step es la única muestra de afecto que reciben en el día. Había olvidado referirme al terror escatológico que produce la formación en diamante de nueve vendedores de spring step. En mi caso, debo reconocer que muchas veces he desistido de comprar unos zapatos, unos pantalones, unos chocolates o un tarro de Kola Granulada JGB que en efecto quería comprar por el mero hecho de deshacerme de la impulsadora o vendedor (a) de turno. Pero eso soy yo, que también considera que el saludo casual no debería trascender el apretón de mano.
5 Comments:
Pues si, estoy de acuerdo. Le cuento que no está solo en su desgracia, debemos ser nosotros los equivocados, aunque ellos (los dueños de esos negocios) deberían analizar un poco mejor la relación entre los que salimos espantados apenas se nos acerca un personaje de éstos y los que sucumben ante sus dudosos encantos o caen en su telaraña de "esta zapatilla le luce mi amor".
Y eso que no mencionó a los vendedores de cursos de inglés, cursos de lectura rápida o tiempo compartido. Esos si que son los buitres de las ventas. Lo digo porque estuve dos meses "detrás de cámaras" aprendiendo a ser un chulo de esos, y sus muy estudiadas y aprendidas técnicas de ventas, bastante agresivas por cierto, por no decir poco éticas.
Si, los vendedores de cursos de lectura rápida son unas arpías. Superan con creces a los de enciclopedias, estos últimos en vía de extinción.
No entiendo porque en San Andresito todo mundo lo saluda a uno y piensa que va a comprar, maldita sea puede ser que yo esté ahí simplemente para ver, punto, pero no, siempre es "Como está caballero, que está buscando, siga siga aquí lo tenemos"
Peor aun, se las dan de adivinos. ¿Busca los tenis? le tengo los adidas, americanos, buenos...¿Busca los jeanes? Le tengo los disel, economicos, los de moda, los que se estan usando...
Y eso es cuando uno apenas pasa frente al local. Cuando uno decide entrar la arremetida suele arreciar hasta lllegar al punto de que, por lo menos en mi caso, termino comprando en el sitio donde comparativamente menos jodieron cuando entré.
Yo también salgo huyendo del almacén cuando hay un vendedor intenso. Me espantan. Y odio que me aborde gente en la calle, para darme volantes, pedirme plata, venderme cosas, decirme piropos. Sobre todo esto último, me agrede profundamente que los tipos me digan cosas, me siento insultada, violada, en fin, tengo mis propias neurosis con el tema.
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